Es probable que con el paso del tiempo la década 2010 – 2020 se analice de un modo especial desde la historia del automóvil. Contarlo ahora resulta un tanto prematuro, pero algunas notas, habida cuenta de la evolución histórica del primer lustro, ya pueden extraerse.

100 años atrás el automóvil daba sus primeros pasos. La sustitución en los desplazamientos de la tracción animal por el motor de combustión deslumbraba al ser humano. Y, como no podía ser de otro modo, la sociedad se volcó con la novedad. El automóvil pasó a convertirse en un “bien” preciado, deseado y bien tratado por el “gobierno humano”. Calles y normas se diseñaron por y para el crecimiento del automóvil. El automóvil representaba la modernidad, el deseo de un mundo mejor. Al mismo tiempo, peatones y bicicletas pasaron a representar el pasado que se quería dejar atrás. El engranaje de la condición humana trabajó entonces a pleno rendimiento: la propiedad del mejor coche representaba el éxito y el desarrollo personal, profesional o empresarial. El olor de esa evolución, “aroma” de marca: la gasolina. Todo era por y para el coche.

100 años después, la evolución humana, como tampoco podía ser de otro modo, empieza a mostrar símbolos de agotamiento del modelo tradicional de todo por y para el coche. Esa falta de entusiasmo por el vehículo que le deslumbró se manifiesta de un modo más intenso en la sociedad urbana. Varias son las notas definitorias:

1.- El vehículo deja ser considerado “el bien deseado” y pasa a considerarse como “el uso necesario”. Abandonamos por tanto el concepto de propiedad del vehículo y abrazamos el de renting, más eficiente.

2.- El vehículo se restringe a los ámbitos territoriales donde es útil, abandonándose donde no lo es. Deja de “pisar” los cascos urbanos del centro de la ciudad (donde otros modos resultan más útiles) y centra su actuación en determinados desplazamientos interurbanos.

3.- Otros factores, además del simple desplazamiento, acompañan ahora al automóvil. El impacto “lateral” en el medio ambiente de su uso comienza también a estar presente. El “aroma” de la gasolina se irá sustituyendo, progresivamente, por la falta de mismo (vehículo eléctrico).

En resumen y en definitiva, la sociedad evoluciona hacia un nuevo modelo de uso del vehículo donde dejamos de “poseerlo” como un bien y pasamos a “utilizarlo” como un servicio.

Esta concepción exigirá en los próximos años un cambio radical en la normativa que regula el vehículo y su uso. En la actualidad todo el diseño del sistema está basado en la propiedad del vehículo, que así consta en los correspondientes Registros, en quien hace uso del vehículo. Como hacen diferentes administraciones y gobiernos al sancionar a vehículos que infringen, presumen que propietario y conductor son la misma persona.

En un futuro, que por otra parte ya está aquí, la norma deberá entender este concepto y atribuir correctamente los roles y responsabilidades a quien realmente le corresponde. Esta “necesidad” se verá incrementada de una manera extraordinaria con el uso del “sharing” urbano en automóviles y motocicletas. De un modo especial, sobre estas últimas. El denominado “moto sharing” eléctrico está suponiendo ya que sobre la propiedad que representa un vehículo se produzcan hasta 8 y 10 usos urbanos diarios.

A todo lo anterior se unirá, sin duda, la integración cada vez mayor de aquellos elementos técnicos del vehículo que irán permitiendo una conducción cada vez más asistida y autónoma donde el factor humano tiene, afortunadamente, menos capacidad de equivocarse.

En todo este contexto, elementos como la responsabilidad civil, la atribución de la responsabilidad administrativa en caso de infracciones, el cumplimiento de las obligaciones relacionadas con el vehículo o el conductor o la tributación en función del uso o la propiedad pasarán a formar parte del debate.

En resumen y en definitiva, la normativa relacionada con el vehículo y su circulación deberán pasar por un profundo proceso de cambio. Estaremos atentos a su evolución.

Por Ramón Ledesma, asesor de PONS Seguridad Vial