En estos últimos meses mucho se ha escrito y comentado sobre los nuevos límites de velocidad que aplican desde el 29 de enero de este año.

Según la DGT, «el principal objetivo de la medida es reducir la siniestralidad vial y cumplir el objetivo establecido en la Estrategia de Seguridad Vial 2011-2020, que es bajar de 37 la tasa de fallecidos en accidente de tráfico por millón de habitantes (39 en 2017)».

Sí, según las estadísticas de 2018, han fallecido  877 personas en las vías convencionales debido a la pérdida de control del vehículo vinculada al exceso de velocidad (salidas de la vía y colisiones frontales, sobre todo). Es obvio que es necesaria una toma de decisión para revertir estos datos.

La bajada de 100 a 90 km/h por sí misma ya era llamativa – importante para que todos los usuarios conozcan el cambio – pero se hace necesaria una explicación que incida en una visión global sobre el gran problema humano, social y económico que supone la siniestralidad vial en nuestras carreteras.

Disponemos de vehículos capaces de alcanzar altas velocidades y con una tecnología que nos hacen pensar que el futuro ya está aquí pero la normativa no es caprichosa. Hay demasiados muertos en carretera y tenemos que trabajar en los factores que repercuten antes, durante y después del accidente. En los últimos cinco años, las vías convencionales recogieron más del 75% de las víctimas por accidente de tráfico, y en estas vías la velocidad es un factor recurrente, agravado por la existencia de un carril para cada sentido sin separación física en la mayor parte de los casos.

Si aumenta la  velocidad, aumenta la distancia de detención. En condiciones normales (conductor-vehículo-entorno), a 90 km/h la distancia de detención es de 70 metros, a 100km/h la distancia se incrementa hasta los 84 metros y si el suelo está mojado, la distancia de detención aumenta más del doble.

Además, si aumenta la velocidad, también disminuye el campo de visión. Un conductor circulando a 65 km/h tiene un ángulo de visión de 70 grados, a 100km/h se reduce a 42 y a 150 km/h dicho ángulo es de 18 grados, es decir, solamente ve el centro de la carretera y sufre lo que comúnmente se conoce como efecto túnel.

Con estos datos aportados por la Dirección General de Tráfico la medida se justifica sobradamente. Pero es una medida que ha de englobarse en una estrategia global cuyo objetivo es la reducción de muertos en carretera.

Si a estas medidas le aplicamos la clásica matriz de Haddon podemos comprobar el calado y la importancia de la medida sobre todo en su fase preventiva.

La matriz estructura el siniestro vial en dos ejes: fases del siniestro vial (preacccidente, accidente  y postaccidente) y los factores intervinientes  (humano, vehículo y vía).

El objetivo de la fase PRE-ACCIDENTE es tratar el siniestro  vial desde una perspectiva multifactorial para proponer una estrategia conjunta a la hora de implementar medidas viales cuyo primer objetivo es “víctimas cero”. Es la hora de la prevención.

Al reducir la diferencia de velocidad entre vehículos de transporte de viajeros y mercancías respecto de los turismos se favorece una homogeneización de la velocidad. Está demostrado que la velocidad dispar entre vehículos multiplica por seis la probabilidad de provocar un accidente. Además, una velocidad más homogénea favorece la fluidez del tráfico.

Dar a conocer una nueva norma de manera clara y concisa para que llegue a todos los usuarios de la vía y poner en funcionamiento sistemas de control para su cumplimiento, apoyado con un sistema sancionador adecuado y justo, son las claves del éxito de la medida.

Las medidas adoptadas buscan ese primer gran objetivo pero, en caso siniestro, la reducción de la velocidad también afecta al ACCIDENTE, pues a menor velocidad menor es la gravedad de las lesiones en caso de siniestro.

Se establece un sistema vial seguro para tratar de minimizar las consecuencias negativas de un potencial accidente y, para ello, los límites de velocidad son el instrumento adecuado para equilibrar las necesidades de movilidad y seguridad ya que a menor velocidad, el impacto en caso de siniestro es menor.

Aunque todas las estadísticas coinciden en que las principales causas de accidentes de tráfico están relacionadas con el factor humano (imprudencia del conductor, desobediencia a la norma, desconocimiento de la norma, consumo de alcohol o drogas…) también existen otras causas en las que se puede trabajar y son muchas las instituciones implicadas.

La fase POST-ACCIDENTE es la fase de la reducción de las consecuencias de las lesiones mediante una mejor atención del accidentado. En esta fase, el trabajo se centra en las  consecuencias.

 

Marisa Belmonte
Responsable de Edición de PONS Seguridad Vial